jueves, 10 de septiembre de 2009

Smith y el Crack:

En la riqueza de las naciones se encuentra un pasaje inspirador que termina sugiriendo mucho más de lo que Smith propone. Discutiendo acerca de la especialización del trabajo en su libro primero, capítulo tercero, el filósofo escocés muestra el impacto de las tecnologías marítimas en el comercio comparándolas con el transporte por carruaje: “200 toneladas de bienes, cargadas por el transporte terrestre por carruaje más barato entre Londres y Edimburgo, deben cubrir el costo del mantenimiento de 100 hombres por tres semanas, el equipo y el trabajo de 400 caballos y 50 vagones” mientras que el transporte acuático sólo impondría sobrecostos mucho menores. Smith, termina preguntándose “¿qué bienes podrían cubrir los gastos de su transporte por carruaje terrestre para ser comerciados entre Londres y Calcuta? Y si hubiese uno tan preciado como para cubrir su gasto, ¿con qué seguridad podría ser transportado por los territorios de tantas naciones bárbaras?“.

Hoy en día casi cualquier bien es comerciado mundialmente gracias al impresionante avance en las tecnologías de transporte. Los sobrecostos impuestos por el transporte han caído tanto que se comercian objetos de cualquier valor entre cualesquiera dos lugares del mundo. Sin embargo, la historia no es tan feliz para todos los bienes. A pesar de los avances tecnológicos las DROGAS siguen siendo un bien cuyo transporte es de un costo sólo comparable (y quizás mayor) a un viaje en carruaje entre Calcuta y Londres.

Cómo lo sugiere Smith, sólo un bien demasiado preciado podría ser comerciado si enfrenta unos costos de transporte tan altos como los que enfrentan las drogas. La consecuencia de esta afirmación es que el precio de las drogas se multiplica por 20 entre la frontera Colombiana y la Americana pues sólo así habrá alguien dispuesto a transportarla. Si el precio es ahora 20 veces mayor debe ser una droga potente, fuerte, capáz de drogar con un gramo, de lo contrario, no habría nadie dispuesto a comprarla. La cocaína y las drogas pesadas se volvieron predilectas para el tráfico porque permitían a un mismo costo de transporte saciar la demanda por sustancias alucinógenas de una mayor parte de adictos. La marihuana necesaria para drogar a cientos de adictos americanos y europeos, pesa muchos más kilos que la cocaína necesaria para hacerlo y por lo tanto, tiene unos costos de transportes mucho más altos. Los traficantes y distribuidores que no son ningunos bobos fueron cada vez girando a drogas más fuertes, con un alto contenido adictivo por gramo y por lo tanto de un alto valor y peligro, para poder cubrir los costos impuestos por la estrategia prohibicionista al transporte de su preciada mercancía.

La inseguridad que enfrenta el cargamento es altísima. El salto de valor es tan grande que controlar las rutas por las que pasa el cargamento para extraer rentas se vuelve un negocio de vida o muerte como lo vemos en México. Los habitantes involuntarios de las rutas se matan por hacerse con las rentas de tan preciados cargamentos al igual que las tribus bárbaras se verían enfrentadas por el control de las rutas de carruajes de Londres a Calcuta en el ejemplo hipotético de Smith.

*Comprar un kilo en Colombia cuesta aproximadamente 1.600 dólares. Su precio en EE.UUU es de 30.000 dólares al por mayor. De los 28.400 dólares que quedan del diferencial de precios, Mejía y Restrepo (2008) estiman que 21.000 dólares son dados a los traficantes en forma de ganancia para compensar el riesgo asumido y los 7.400 dólares restantes son usados para traficar el kilo (pago de sobornos, lanchas, submarinos, etc...).